El punto, la línea, el péndulo,
el orden de las cosas,
la sabiduría,
el quieto escurrir de los días,
ceden espacio a la maravilla
que esconde la vida,
y conjura a la muerte.
La belleza más cruda,
la impredecible,
el hilo que une caos y orden
se enreda en un plan de implacables leyes,
en un laberinto donde el desorden
juega con el minotauro invisible.
Son sutiles, precisos,
aunque irregulares,
recuerdos de lo que no has sido.
Inexorables, ciertas, pacientes;
son motas que bailan con el infinito.
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